Últimamente ha sido recurrente que amigos y conocidos me preguntan si sigo montando bici. La pregunta se entiende me guste o no debido a que, por mi edad o apariencia, debe causarles sorpresa si “todavía” puedo. Si, respondo. Y el comentario general es: ¡qué bueno!, una buena forma de cuidar la salud y bla bla bla.
Muy cierto, pero… ¿lo hago por salud?
Puede ser. Obviamente soy consciente del beneficio de mantener actividad física y bla bla. Pero hay una razón mucho mayor y es que me divierto.
Y aquí es cuando, en el caso que la conversación progrese, se me traba la lengua, cruzan las ideas y atropellan los argumentos tratando de explicar por qué.
Este fin de semana salí con amigos. El sábado, al fantástico y nunca aburrido parque Metropolitano y el domingo al Chaquiñán del Sur, buscando tramos particularmente bonitos y entretenidos.
Mientras pedaleaba de regreso a casa, me acordé de mi incompetencia para explicar por qué levantarme a las 05h15, pasar frío o calor, sufrir en las cuestas, ensuciarme, lastimarme, arriesgar mi integridad por un posible accidente, puede resultarme tan divertido.
Me alivió concluir, que es imposible. Simplemente tendré que decir, lo siento no puedo explicarlo. Quién no viva la experiencia, no podrá comprenderlo completamente. Lo siento. Máximo puedo recomendar que se fije en los rostros de los ciclistas cuando rememoran sus experiencias. Verá gente contenta. No soy el único.
Para muestra, un botón: tres terrícolas contentos con el Cotopaxi a sus espaldas.
Un abrazo.
José, José y José en San Miguel de Collacoto |